jueves, 31 de diciembre de 2009



Nunca he confiado en los cambios de año. Mañana será un día como cualquier otro, como hoy y como ayer. En cualquier caso, brindaré con la voz de Brigitte Bardot sonando en mis adentros.

Sin título IV

Apenas faltan unas horas para que finalice el año y el tiempo apremia, como de costumbre. La noche de hoy será tranquila: en mi casa, testigo de juergas y de nuestras más íntimas conversaciones; y acompañado por mis amigos y por aquéllos que se han apuntado al final, pero que también son bien recibidos. El alcohol y la marihuana harán el resto.

Este año no ha sido fácil. Demasiados cambios y demasiados golpes inesperados. Los problemas que me acompañaban y los que se han ido sumando han conseguido hacer mella en mí. Me gustaría escribir tantas cosas, incluso gritarlas, pero podrían oírme. Ojalá las cosas cambien, ojalá algún fin de año no tenga que brindar por el porvenir, sino que brinde por el que se acaba y por el presente.

Estoy cansado de esperar.

martes, 29 de diciembre de 2009

Carta de amor a una persona desconocida

A quien corresponda: Te busco continuamante, mas no consigo hallarte. Me pregunto qué hago mal, cuál es el error que cometo una vez tras otra y que me impide encontrar la nube sobre la que yacer, el prado sobre el que posar mi pies, el cielo en el que habitar. Mi propio cielo.

Si estuvieses aquí, te diría que te quiero, que nada quiero más que estar a tu lado, que necesito de tu persona para seguir existiendo, que necesito que me digas que me quieres. Si estuvieses a mi lado, yaceríamos los dos sobre mi lecho impoluto y las sábanas acariciarían nuestros muslos. Nos abrazaríamos como si se tratase del último abrazo y nos besaríamos. Nuestras miradas detendrían el tiempo y, por un instante, sólo existiríamos los dos. Haríamos el amor, una y otra vez: acariciaría tu piel, lamería tu pecho, besaría tu cuello. En la penumbra de mi habitación, todo sería perfecto. Solos, sin nadie que pudiese vernos, sin nadie que pudiese decirnos que está mal. La felicidad dejaría de ser algo irreal y lo único que anhelaríamos sería una playa desierta, una balsa sobre el agua cristalina, las hojas secas cayendo sobre el asfalto, mas en mi cielo, los sueños se harían realidad.

Te diría que te quiero, al oído, un te quiero casi imperceptible, mas lleno de ilusión y esperanza. Me acostaría en tu regazo, tus manos rozarían mi oscuro cabello y dormiríamos, inmóviles, como si nada pudiese afectarnos, aparentemente muertos, mas vivos en nuestro interior.

Te espero, espero tus caricias, espero tus susurros, tus silencios. Espero encontrarte, allá donde estés.

Atentamente,

Javier.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Sin título III



¿Uh, uh uh? ¡Uh!

domingo, 27 de diciembre de 2009

La navidad ha muerto.

Desde mi ventana con vistas no se observa ni el más mínimo indicio de que la navidad haya llegado, no hay huella alguna, tan sólo el ir y venir de algunos transeúntes por la acera, cuyas manos sostienen paquetes envueltos con ridículos papeles de colores vivos. No hay luces navideñas, tan solo el resplandor de la hilera de farolas. Tampoco se oyen villancicos, ni alegres voces afectadas por el alcohol ni las carcajadas de algún mocito ilusionado que recién ha abierto los regalos del importado Santa Claus. El Caga Tio agoniza, los latigazos se han convertido en desdén y olvido. Ya no tiene fuerzas para imponerse.

En mi casa no hay abeto, ni nacimiento ni espiritu navideño.

viernes, 18 de diciembre de 2009

"Me las lamí con la lengua. Porque era mía."

Los versos de Lorca son el reflejo del sufrimiento, del dolor, de la desesperación convertidos en literatura. La crudeza y el desasosiego de otra época se ponen de relieve palabra tras palabra y sus versos penetran en mi interior cual afilado cuchillo.

He aquí unos versos del personaje de la madre en Bodas de Sangre, obra imprescindible:

"Se tarda mucho. Por eso es tan terrible ver la sangre de una derramada por el suelo. Una fuente que corre un minuto y a nosotras nos ha costado años. Cuando yo llegué a ver a mi hijo, estaba tumbado en mitad de la calle. Me mojé las manos de sangre y me las lamí con la lengua. Porque era mía. Tú no sabes lo que es eso. En una custodia de cristal y topacios pondría yo la Tierra empapada por ella."

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Pequeñas cosas que hacen que la vida valga la pena. Capítulo primero: el cine

EL CINE




Mis oídos escuchan sin cesar el eco de la palabra cine cuando ésta rebota por mi cráneo; un susurro constante. ¡Ay de mí!, parafraseando al diabólico genio de la oratoria Adolph Hitler en su Mein Kampf, ¿qué sería de mí sin el cine?


El amor que profeso hacia el séptimo arte se remonta a mis inicios, un amor latente que se puso de relieve con mis primeros visionados en la gran pantalla de buenas películas como Las Horas. Aún recuerdo aquellas tardes familiares de salón cuando por enésima vez el reproductor VHS engullía Blancanieves y yo, en mi más dulce inocencia, me escondía en el largo pasillo y de reojo veía a la bruja. ¡Qué miedo me daba! Pero me atraía al par y la volvía a poner, una y otra vez. Imágenes en movimiento que conseguían causarme miedo, era delicioso y excitante. Ha llovido mucho desde entonces y ya no me conformo con una bruja piruja ni me escondo en el corredor.
Mi curiosidad natural y la necesidad de saber más y más respecto al cine -y a todo en general- han ayudado a afianzar mi gran pasión. Mis ciclos de cine en casa de películas de Almodóvar, mis retropesctivas de Marilyn Monroe y otros clásicos, mis lecturas sobre la Nouvelle Vague en la que aún debo inciarme, el descubrimiento del cine oriental... Poco a poco, los conceptos han sido completados con imágenes, escenas, rostros.

Pero últimamente estoy sfruiendo una crisis cinéfila de colosales dimensiones que poco a poco va disminuyendo. Hace casi tres meses que no penetro en la oscuridad de una sala de cine. La última película que vi fue Anticristo de mi admiradísimo Lars Von Trier. Desconozco la causa de dicha laguna cinematográfica, mas intuyo algunos de los motivos: muchos cambios en muy poco tiempo. Así las cosas, sólo ha sido una pequeña etapa que lentamente va viendo su fin, de hecho, casi una décena de películas he disfrutado, en mayor o menor medida, en las últimas dos semana. Y vaticino un ritmo in crescendo en lo porvenir, pues, un año más, comienza la carrera por los Oscar y la etapa de premios y alfombras rojas, y mi fidelidad no puede verse alterada. Benditos sean los blogs que me ponen al corriente de lo que me pierdo.

Cuanto mayor fue la cantidad de películas que había visionado el año pasado por esta época, tanto menos son las que he visto ahora. Mapa de los sonidos de Tokyo, Buscando a Erik, Destino Woodstok y un largo etcétera de películas y directores completan mi larga lista de espera. Y a todas ellas, cabe añadir todas las que visitarán nuestras salas próximamente y cuyos trailers ya han provocado entusiasmo en mi persona, verbi gracia: Precious, Fish Tank, An education, A single man, The messenger, The lovely bones...

Sin duda, tengo la imperiosa necesidad de ponerme al día, de recuperar el tiempo perdido, tanto más cuanto que, como he mencionado, se acercan los Oscar y un servidor no concibe mayor placer que ver el mayor número de películas nominadas, hacer quinielas, presagiar los nominados y pasarse toda una noche frente al televisor soñando con una butaca del Kodak Theater. Mi afición por las ceremonias, las alfombras rojas y los galardones es enorme, aunque eso no implica que no tenga criterio propio.

Si el cine no existiese, no existiría una parte de mi historia. Sin nombres como Almodóvar, Park Chan Wook, Lars von Trier, Gus van Sant o conceptos como "cine oriental" o "cine independiente" no sería lo que soy ahora. Porque el cine forma parte de ese saco repleto de detalles, minucias y pequeñas cosas que hacen que la vida valga la pena.


miércoles, 2 de diciembre de 2009

Cuanto más mayor soy, tanto más difícil es hallarme

Acompañado por una botella de agua medio vacía, restos de tabaco y una taza en la que hubo café, intento ordenar mi cerebro, pues nunca antes estuvo tan desordenado o quizá sí, aunque en estos momento no soy consciente de ello.

No puedo dejar de pensar, mas cuanto más lo hago, más difícil me resulta desconectar. Necesito ordenar mis ideas, reestructurarlas y reconstruirlas cual arquitecto, mas no sé cómo hacerlo. Es un proceso lento, qué duda cabe, pero estrictamente necesario, a menos que quiera enloquecer. Es una necesidad básica, tanto más cuanto que se trata de mi propia vida, de mi ser, un ser desorientado y confuso que no consigue encontrarse a sí mismo ni consigue encontrar su camino.