viernes, 27 de noviembre de 2009



Lo mejor del día es la noche: estirado sobre mi cama, escucho la voz grave de Nico, me fumo un canuto en la penumbra de mi habitación y veo fragmentos de Kiss de Andy Warhol, en tanto que deseo ser parte de esos negativos quemados de la Factory. Me relajo.

De nuevo por la mañana, como siempre, me salto varias clases, pero hoy tendré que ir a la última, así que voy a prepararme.




miércoles, 25 de noviembre de 2009

Reestructurando mi esquema cerebral.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Sin título II

Cuando la vida te abofetea una y otra vez, intentas levantarte y seguir adelante, esquivar los malos recuerdos y disfrutar de lo bueno del presente. Pero, a veces, la realidad depara sorpresas nunca antes imaginadas propias de cualquier programa de desgracias y miserias; de esas que no puedes soportar a menos que te tomes una cesta de antidepresivos como si de palomitas frente al televisor se tratasen. La vida es dura, qué duda cabe. Pero sólo cuando te golpea cual listón astillado de madera te das cuenta de que es más que dura, es una mierda, una mierda repugnante y nauseabunda, y nosotros nos deslizamos sobre ella arrastrándonos como gusanos que intentan sobrevivir, ignorando el hedor que desprendemos.

Siempre me he preguntado si la felicidad existía, en tanto que anhelaba y deseaba sentirla. No sé si existe y tengo miedo de no saberlo jamás. Quizá hoy sea el principio del resto de mi vida. Soy joven y espero que sea larga y duradera, pero quizá nada vuelva a ser como antes.

Adiós.

martes, 17 de noviembre de 2009

Robos e inseguridad




El pasado domingo, 15 de noviembre, un amigo y un servidor fueron víctimas de un robo en un parque con nombre de artista en la calle Tarragona, entre la Plaza de España y la Estación de Sants, en Barcelona. Nada más lejos de la realidad, tres tipos desconocidos, navaja en mano, nos sustrajeron el móvil, dinero y un colgante con gran valor sentimental, entre los dos. El nerviosismo y el miedo se hicieron patentes antes, durante y después del asalto. La impotencia y la rabia llegaron luego, mientras caminábamos apresurados, sin mediar palabra, hacia el que iba a ser el lugar de nuestra despedida. El silencio sólo se vio interrumpido por mi petición, a dos generosas transeúntes, de un cigarrillo.


Lo curioso del caso es que una semana antes, en el patio central del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), en el histórico y decadente al par que peligroso barrio del Raval, sufrí otro intento de robo, aunque esta vez sí fue un intento, pues sólo se llevaron un mechero. Después de disfrutar de una interesante, aunque aburrida exposición sobre el plan urbanístico de Cerdà, me dispuse a fumar un cigarrillo tranquilamente, sin molestar a nadie, cuando tres jovenes se acercaron a mí y, después de rodearme, amenazarme y proferirme vejaciones varias, me propinaron dos puñetazos que, a Dios gracias, no me provocaron males mayores. Al parecer, no supieron ni pegarme.


Si bien conozco los lugares conflictivos de la ciudad y los peligros que esconde, jamás pensé que pudiese pasarme dos veces en un periodo de tiempo tan corto. Y, aunque reconozco que el estar en un parque, oscuro y solitario, por la noche es casi, por desgracia, una provocación al atraco y un llamamiento al crimen, como quien pasea una bolsa con el atractivo símbolo del dólar en ella, aún me cuesta creer que me pudiese pasar en un museo, en un centro cultural.


La inseguridad ciudadana y el crimen rozan límites inaguantables; robos en sitios insólitos, peleas callejeras, etcétera. Para el criminal, cualquier sitio, cualquier víctima es buena. Me gustaría denunciar esa inseguridad, ese desprecio hacia la integridad de la gente, hacia la posesión personal, el desdén actual hacia la violencia física y verbal. Hechos como los que narro son los culpables del desprestigio de zonas como el barrio del Raval. Yo no pretendo despretigiarlo, ha sido mudo testigo de juergas y agradables tardes culturetas durante este último año, pero hechos como éstos que humildemente narro son los culpables del desprestigio que sufren algunas zonas de la ciudad.


Ahora, envuelto en una fina manta para hacer frente al frío, con una taza de café a un lado y un cigarrillo apagado sobre el cenicero que pide a gritos una calada, escribo estas líneas sin más pretension que poner de relieve la situación, conocida por todos, que se vive hoy en día en las calles.

martes, 10 de noviembre de 2009

Vigésimo aniversario de la caída del Muro

LLego tarde, como siempre: llego tarde a mis citas, combinación de mi despiste natural y de la ineficacia habitual de RENFE, llego tarde a la universidad, llego tarde a cualquier sitio al que me proponga ir y, cómo no, llego tarde para celebrar, virtualmente, el vigésimo aniversario de la caída del Muro de Berlín o, como se le conocía en la antigua RDA, el Muro de la Vergüenza.








Símbolo durante años del recalcitrante comunismo soviético, fue objeto de críticas y provocó vergüenza ajena internacional que desembocó en el inevitable desdén de occidente. Construido de la noche a la mañana casi en su totalidad, se convirtió en el ejemplo de la arquitectura opresiva a la sazón. Otras obras como el Palast der Republik, vestigio del antiguo estilo arquitectónico soviético que tuve la oportunidad de contemplar en mi visita a Berlín, fueron ejemplos de "la estética de la fealdad del socialismo soviético", según palabras de Juan Goytisolo; una estética rectilínea, con aires clásicos y delirios de grandeza.

Cuando pienso en el Muro, cuando recuerdo la East Side Gallery o los restos en Postdamer Platz decorados con graffitis se me viene a la mente el sufrimiento que provocó la división de una ciudad antes unida: la división de familias, el control de la Stasi, la opresión, los intentos de huída hacia "un mundo mejor¨... Ahora, los berlineses, del este o del oeste, disfrutan de la Puerta de Brandemburgo, de la preciosa iglesia derruida de Ku'dam o de la Unter den Linden y celebran el aniversario de la caída, se brinda con retrospectivas fotográficas con la figura de Rostropovich tocando frente al muro en un precioso blanco y negro y se recuerda el sufrimiento con ilusión por el cambio. Pero, ¿acaso brindan los palestinos cuando ven el muro construído por Israel o brindan los mexicanos cuando ven lo que divide su país de los E.E.U.U.? Los muros siempre han existido e, incluso hoy, siguen exitiendo. Son una de las lacras de la sociedad acual: barreras físicas que dividen, oprimen y aíslan a colectivos y pueblos. La caída del Muro de Berlín y todos los acontecimientos que la acompañaron (la Revolución de Terciopelo, la Perestroika y el Glásnost, etcétera) fueron el final de una etapa. Pero los muros siguen existiendo y nos olvidamos de ellos inmersos en nuestros estilos de vida y en nuestra indiferencia.

Confío y deseo que algún día el mundo entero brinde, no tan sólo por el aniversario de la caída del Muro de Berlín, sino por la extinción de todos los muros del planeta.