lunes, 5 de julio de 2010

Sin título V

La sesera del último fallecido en la ciudad estaba esparcida sobre la calzada. Decenas de ojos observaban la escena, deseosos de ver hasta la víscera más diminuta que pudiesen hallar, murmurando a sus acompañantes sobre qué habían visto y sobre dónde estaba aquel diente sin dueño. Un coche, causante del fatal accidente, seguía con los focos encendidos y proyectaba una intensa luz sobre el edifico de enfrente. La noche, la sangre: ambas iluminadas cual película de serie be. Una figura asomaba su rostro por la ventana de un edificio cercano. Tenía las mejores vistas: el coche, el cadáver y la gente acumulada a su alrededor. Observaba mientras fumaba un puro y bebía una copa de Campari. Era difícil determinar qué disfrutaba más: si el licor o la muerte, ambos rojos y amargos a la par. En su tez blanca se adivinaba una pequeña sonrisa que se dejaba entrever entre calada y calada. Las ruidosas sirenas de los coches de policía empezaron a oírse a lo lejos. El hombre del Campari se introdujo de nuevo en la oscuridad y la gente aburrida empezó a desaparecer. Tan sólo quedaron los más curiosos, aquéllos que nunca tenían suficiente.

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