domingo, 27 de diciembre de 2009

La navidad ha muerto.

Desde mi ventana con vistas no se observa ni el más mínimo indicio de que la navidad haya llegado, no hay huella alguna, tan sólo el ir y venir de algunos transeúntes por la acera, cuyas manos sostienen paquetes envueltos con ridículos papeles de colores vivos. No hay luces navideñas, tan solo el resplandor de la hilera de farolas. Tampoco se oyen villancicos, ni alegres voces afectadas por el alcohol ni las carcajadas de algún mocito ilusionado que recién ha abierto los regalos del importado Santa Claus. El Caga Tio agoniza, los latigazos se han convertido en desdén y olvido. Ya no tiene fuerzas para imponerse.

En mi casa no hay abeto, ni nacimiento ni espiritu navideño.

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