miércoles, 9 de diciembre de 2009

Pequeñas cosas que hacen que la vida valga la pena. Capítulo primero: el cine

EL CINE




Mis oídos escuchan sin cesar el eco de la palabra cine cuando ésta rebota por mi cráneo; un susurro constante. ¡Ay de mí!, parafraseando al diabólico genio de la oratoria Adolph Hitler en su Mein Kampf, ¿qué sería de mí sin el cine?


El amor que profeso hacia el séptimo arte se remonta a mis inicios, un amor latente que se puso de relieve con mis primeros visionados en la gran pantalla de buenas películas como Las Horas. Aún recuerdo aquellas tardes familiares de salón cuando por enésima vez el reproductor VHS engullía Blancanieves y yo, en mi más dulce inocencia, me escondía en el largo pasillo y de reojo veía a la bruja. ¡Qué miedo me daba! Pero me atraía al par y la volvía a poner, una y otra vez. Imágenes en movimiento que conseguían causarme miedo, era delicioso y excitante. Ha llovido mucho desde entonces y ya no me conformo con una bruja piruja ni me escondo en el corredor.
Mi curiosidad natural y la necesidad de saber más y más respecto al cine -y a todo en general- han ayudado a afianzar mi gran pasión. Mis ciclos de cine en casa de películas de Almodóvar, mis retropesctivas de Marilyn Monroe y otros clásicos, mis lecturas sobre la Nouvelle Vague en la que aún debo inciarme, el descubrimiento del cine oriental... Poco a poco, los conceptos han sido completados con imágenes, escenas, rostros.

Pero últimamente estoy sfruiendo una crisis cinéfila de colosales dimensiones que poco a poco va disminuyendo. Hace casi tres meses que no penetro en la oscuridad de una sala de cine. La última película que vi fue Anticristo de mi admiradísimo Lars Von Trier. Desconozco la causa de dicha laguna cinematográfica, mas intuyo algunos de los motivos: muchos cambios en muy poco tiempo. Así las cosas, sólo ha sido una pequeña etapa que lentamente va viendo su fin, de hecho, casi una décena de películas he disfrutado, en mayor o menor medida, en las últimas dos semana. Y vaticino un ritmo in crescendo en lo porvenir, pues, un año más, comienza la carrera por los Oscar y la etapa de premios y alfombras rojas, y mi fidelidad no puede verse alterada. Benditos sean los blogs que me ponen al corriente de lo que me pierdo.

Cuanto mayor fue la cantidad de películas que había visionado el año pasado por esta época, tanto menos son las que he visto ahora. Mapa de los sonidos de Tokyo, Buscando a Erik, Destino Woodstok y un largo etcétera de películas y directores completan mi larga lista de espera. Y a todas ellas, cabe añadir todas las que visitarán nuestras salas próximamente y cuyos trailers ya han provocado entusiasmo en mi persona, verbi gracia: Precious, Fish Tank, An education, A single man, The messenger, The lovely bones...

Sin duda, tengo la imperiosa necesidad de ponerme al día, de recuperar el tiempo perdido, tanto más cuanto que, como he mencionado, se acercan los Oscar y un servidor no concibe mayor placer que ver el mayor número de películas nominadas, hacer quinielas, presagiar los nominados y pasarse toda una noche frente al televisor soñando con una butaca del Kodak Theater. Mi afición por las ceremonias, las alfombras rojas y los galardones es enorme, aunque eso no implica que no tenga criterio propio.

Si el cine no existiese, no existiría una parte de mi historia. Sin nombres como Almodóvar, Park Chan Wook, Lars von Trier, Gus van Sant o conceptos como "cine oriental" o "cine independiente" no sería lo que soy ahora. Porque el cine forma parte de ese saco repleto de detalles, minucias y pequeñas cosas que hacen que la vida valga la pena.


No hay comentarios: